Mi mejor maestro. Cuento

Mi mejor maestro. Cuento

—¿Qué está haciendo el nuevo profe? —se iluminó la pantalla de mi móvil.

—¡Ha inhibido las comunicaciones! —tecleé nervioso, viendo cómo, sin mediar palabra, el maestro había depositado sobre la mesa un extraño aparato con antenas. Odiaba las clases y todo lo que estudiar implicaba. No entendía por qué tenía que estar allí. 

—¿Qué te gusta? —preguntó al primer alumno que encontró distraído.

—Hablar. Y el dinero —se burló este.

—Convénceme de que haga una aportación económica —respondió el profesor, sin inmutarse.

El alumno inventó una historia mientras el profesor iba tomando notas en su libreta. 

—¿Y a ti? —preguntó a otro alumno.

—Pues… Dibujar cómics, supongo —indicó, encogiéndose de hombros.

El profesor registró en su bloc la habilidad del alumno.

Los móviles y relojes inteligentes habían dejado de comunicarse. Solo podíamos escuchar, uno por uno, lo que más gustaba a nuestros compañeros: negociar con sus padres, grabar vídeos, navegar por las redes sociales, los amigos, mandar, el deporte, inventar, componer…  

Pasamos dos días de clase canalizando nuestra energía hacia las actividades que más nos gustaban, creando y conversando con un profesor que resultó tener muchas historias que explicar.

—Tengo ELA —nos soltó el tercer día y, entonces, se produjo un silencio sepulcral—: una enfermedad degenerativa, por la que, irremediablemente mis músculos se atrofiarán hasta morir. He elegido dedicar mi tiempo de vida a la enseñanza. Porque os necesito: jóvenes fuertes que ayuden físicamente, inventores que mejoren la vida de las personas con limitaciones de movilidad, amigos que extiendan la idea de que es necesario investigar enfermedades raras, compositores que creen canciones con mensaje, oradores que convenzan de dedicar recursos, líderes que originen un cambio y garanticen los cuidados, dibujantes que compartan historias, científicos que investiguen, médicos, logopedas, fisioterapeutas…  

Al llegar a casa, fui directo a estudiar.

#MiMejorMaestro

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